26.1.07

PANORAMA CRITICO DE LOS BARES

Para José

Miren, entrar al baño de un bar gay a la una de la mañana es entrar en una dimensión desconocida, todo luce un poco mas transfigurado, el humo de todos los cigarrillos encendidos les da un aspecto de sauna, el orinal es una línea de reclutas meando y mirándose perturbados los unos a los otros, el piso jabonoso es una trampa mortal, snif, snif, snif, salgamos del baño!

En mitad de la pista de baile una deidad pasea su exotismo travesti, es Invierno en Okinawa, un imponente drag queen de casi dos metros de altura, ataviado en un esplendido kimono de seda rosa, luciendo un curioso tocado fucsia del que se desprenden ramas de cerezos en flor con canarios de juguete que hacen equilibrio en las puntas.

La señorita invierno baja desde lo alto de su pedestal y a través de una mascara de teatro kabuki en la que oculta su rostro, con voz ahogada nos dice: "Deben andar con cuidado", al incorporarse nuevamente a su estatus de diosa oriental, una de los canarios de su tocado cayo livianamente en el vaso con wiskey que sostengo en la mano, "mira es un silbato" dije a Sandy, mientras frías gotas de licor volaron entre el ruido y las luces del sitio.

Solo basta con echar un vistazo alrededor para darse cuenta del diverso insectario homosexual: moscas de la carroña, cucarachas empolvadas, mariposas exóticas y otras raras especies de alas quemadas, porque aquí esta noche de alcohol y pastillas, aunque no lo parezca el enemigo esta oculto en la mascarada, tras la maquillada cereza de las mejillas o en las evidentes ojeras, vestido de luces el camaleón del sida se mueve cauteloso por la barra y en la bola de espejos, listo para enroscar en su ahorquillada lengua a quien menos lo espera.

La peste llega hasta los bares vestida de botas y vaqueros, hirviendo en una burbuja de soda, en los rincones oscuros de la disco, sobre las húmedas paredes donde su hongo virulento florece y estalla.

"Debes andar con cuidado" me dice la cara enyesada de la señorita invierno quien abre su delicado sensi de encaje imperial y empieza a abanicar el aire, mientras trato de descifrar el enigma de su disfraz, porque viéndolo bien tras todo ese armazón de cosmética esta alguien a quien a lo mejor conocemos.

Basta interpretar un gesto, una pose, un quebradizo paso de baile para aborrecer a ese moderno gueto homosexual, con solo mirarse un segundo en ese espejito-espejito de la frivolidad es inevitable no sentir vértigo o romper en llanto.

Los bares en la actualidad carecen del encanto de otroras épocas, ya no es el ambiente de ensueño hasta donde se llegaba y al cruzar el umbral una euforia colectiva desbordaba las copas.

Porque, hoy por hoy, en un clausurado escaparate repleto de pelucas, tacones y vestidos de noche, la mímica travesti dio su ultimo show, quizá la señorita invierno en Okinawa sea el ultimo vestigio flotante que queda de aquel gran buque fantasma con rumbo a la ciudad travestida, lo único que evita que este crucero gay no se hunda del todo.

Así que Sandy y yo continuamos en cubierta, navegando sobre las aguas de neón, mirando con desgano ese conglomerado de locas actuales, esta mafia del terciopelo, salidas de sus vanidosos armarios en los que seria casi improbable encontrar un chiffón o un libro de Oscar Wilde porque la novísima academia gay solo esta forjando un ballet tembloroso tan afeminado y baladí como una manada de poodles que solo saben acicalarse los unos a los otros.

El bar que un día fuese el patio de recreo del pasado ahora es un territorio minado de altanería, un animado museo de cera donde el cóctel VIH se sirve y se bebe con gracia, donde el perfume Hugo Boss ambienta la entupida charla y ellas arbitrarias en sus necedades se creen princesas altivas de un abominable reino, pálidas sobre el terciopelo de las píldoras van buscando realidades mas complejas a la de ser una loca ordinaria del tercer mundo, bañadas en sudor al ritmo alucinante de la música electro en raras coreografías son exorcizadas por el sacerdote D.J quien desde su cabina celestial las ve hervir sobre el disco inferno de la pista de baile.

La señorita invierno en Okinawa parece flotar en medio de la orgía sonora, un espectro de la vieja escuela travestista, que luego se desvanece ante mis ojos para dar paso a una fea postal de hombres rodeando con lascivia a un atlético nudista.

Cansados de este absurdo y desagradable paseo por la estéril ruta del arco iris, Sandy y yo optamos por beber un último trago y a lo mejor ese letrero luminoso del fondo que dice "Salida de emergencia" sea lo único sensato en un lugar como este.

Jhon Better
Poeta y cuentista barranquillero

http://locamaldita.blogspot.com/

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