En 1958 un mozalbete de 17 años viajaba hacia Estados Unidos a realizar su sueño de triunfar como caricaturista profesional. Poco se imaginaba el joven que, por un error de la agencia de viajes, lo que debía ser una escala rutinaria para cambio de aviones en San Juan iba a convertirse en una inesperada estadía de cinco días en la Isla. Efectivamente, cuando se personó al mostrador de Trans Caribbean para validar el boleto el empleado le informó que su vuelo era recién para la semana siguiente. Quizás el amable lector ya se habrá imaginado que la víctima de ese percance era yo.
Me entró pánico. Yo que iba derechito de la casa de mis padres en Chile a la de mis tíos en New Jersey, de repente me encontraba en un lugar extraño y sin conocer a nadie. Para colmo de males el poco dinero que traía no me iba a alcanzar para una emergencia como ésta.
Le pedí al taxista que me llevara “al hotel más barato de la ciudad”. Durante el trayecto le confié mi situación, y él, con ese espíritu hospitalario tan puertorriqueño, me hizo sentir mejor. Sirviéndome de cicerone me fue familiarizando con Puerto Rico: el aeropuerto del que veníamos había sido inaugurado apenas dos años atrás; el flamante Expreso Baldorioty de Castro que tomamos estaba en construcción(su primer tramo llegaba sólo hasta la calle Tapia donde había que desviarse para coger la calle Loíza); me hablaba del nuevo Puerto Rico que estaba gestándose bajo Muñoz Marín; de la industrialización de la Isla, etc., todo lo cual el improvisado turista escuchaba con fascinación.
Finalmente llegamos al Hotel Central(hoy Howard Johnson), en el Viejo San. Le pedí al empleado “la habitación más barata de todas”, no sin antes explicarle mi angustiosa odisea. Me asignó un cuartito de madera que habían construido en la azotea; ¡A $2.50 la noche lo acepté sin queja alguna!
Ya instalado, la próxima gestión era enviar un telegrama a mis tíos con la nueva fecha de mi llegada. (Sí, en aquella época se usaban “te-le-gra-mas”, unos mensajes escuetos que se entregaban a domicilio; para los de la generación del e-mail favor consultar con sus abuelos).
Cámara en mano(una vieja camarita que ya estaba de botar) me dediqué a caminar por las calles del Viejo San Juan y a retratar todo lo que veía a mi paso. Hoy contemplo estas fotos y comprendo por qué me enamoré de aquel pueblito cosmopolita que era y es el Viejo San Juan. Por aquel entonces su sector residencial estaba en total deterioro y, en muchas de las casas que hoy están hermosamente restauradas, vivían hasta una docena de familias. A pesar de esto, la antigua ciudad tenía un atractivo y personalidad muy especiales. A través de estos 50 años San Juan ha experimentado muchas transformaciones, pero, curiosamente, cada cambio le va añadiendo un encanto más.
En una de mis muchas caminatas llegué un día a la parte posterior del antiguo Correo, cerca de la Casita del Turismo, y cuál no sería mi sorpresa al toparme con el entonces vicepresidente Richard Nixon y una muchedumbre que lo vitoreaba. Recuerdo que le estreché la mano, al igual que muchos que se le acercaban. ¡Todo pasó tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar y fotografiarlo! Nixon iba de regreso a Washington vía Puerto Rico luego de una desastrosa gira por Sur América donde había sido abucheado en casi todos los países. Aquí en Puerto Rico se le otorgó una recepción mucho más amigable, casi de desagravio.
Otra noche de exploración turística me llevó hasta el edificio de apartamentos Patio Español, en la calle Cruz. Me llamó la atención el ancho zaguán, y como no había portón de clase alguna entré hasta el patio interior que ostentaba un bello y frondoso árbol(hoy el edificio tiene no uno, sino dos portones; los tiempos cambian). Una tarja indicaba que en ese lugar, se había fundado, en 1846, la Sociedad Filarmónica, “una institución dedicada al fomento de la cultura musical puertorriqueña”. Originalmente, cuando era una edificación de un solo piso, funcionaba ahí un mercado adonde entraban las carretas tiradas por caballos; de ahí lo ancho del zaguán.
Cruzando la calle, justo al frente, entré al Cafetín 4 de julio (hoy restaurante Il Bacaro). En la vellonera coloqué discos de mi ídolo, Carlos Gardel, cuya voz, lejos de mi patria, me sonaba más emotiva que nunca. Un señor que estaba en el bar con unos amigos se acercó y empezó a relatarme anécdotas de la visita del artista a la Isla en 1935. Era Arturito Ramos Llompart, el periodista de El Mundo, con quien mantuve una gran amistad hasta el día de su muerte.
Tanto fue lo que me impactó aquella visita al Viejo San Juan, que, ya viviendo en Nueva York, todas mis vacaciones las venía a pasar aquí. En dos de esas ocasiones, en 1962 y l966, me hospedé en el mismo Hotel Central… aunque, no en aquel humilde cuartito de azotea.
En 1968 decidí abandonar Nueva York y venir a vivir definitivamente a la Isla. Desde hace 25 años soy un orgulloso residente del Viejo San Juan, y hoy vivo(¡lo que son las vueltas del destino!) en Patio Español, frente a lo que entonces era aquel viejo cafetín, el de la vellonera con discos de Gardel.
Arturo Yépez
Caricatógrafo político de El Vocero
2 comentarios:
Me interesan las historias que ocurren en el Caribe, ya que casi todos los años suelo ir para los diferentes países de esa región. Sin embargo, como este año me he mudado, a través de la gestión de Zukbox Argentina, creo que no voy a irme de vacaciones a esos pagos
Arturo, un chileno/puertorriqueño agradecido. Por eso has tenido el éxito que has tenido en Puerto Rico. Alexis Agostini
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