13.7.08

DESDE EL PRINCIPADO DE ANDORRA. Bel Ruthé

Los Señores de la noche

Bel Ruthé

No había vuelto a amanecer
desde hacía varios meses,
sucedió de pronto,
así, de repente,
fue entonces cuando vinieron
los Señores de la Noche,
más no vinieron los tres al tiempo.

Vino uno primero,
mucho después el otro,
y al poco, vino el tercero.

Del primero se creía
que eran muchos y diversos,
pero la experiencia se encargó de esclarecer
que se trataba siempre del mismo.

Del segundo,
nunca se han tenido dudas,
su asquerosa linterna roja
todo lo tiñe de sangre.

El único que se puede sacar en limpio
es el de la velita de cebo:
que se pasa las horas
buscando leños secos
para frotarlos
y arrancar su fuego.

Una ligera llovizna,
un discreto vientecillo
son para él demasiado.
¡Cuántas veces
se le ha escuchado sollozar
mientras lleva entre sus manos
un pabilo humeante!

La luz del primero es verde.
Es una luz maloliente y pudridora.
Las pupilas la prefieren
porque se le halla fácilmente,
y, a decir verdad,
es placentera.

Bajo su manto,
todo está pervertido
y sobre nada pesa el veto.

A la linterna del segundo
le han acondicionado,
hasta la fecha,
tres cristales:
el rojo rencor,
el rojo ambición
y el rojo venganza.

El rojo rencor
nació de una guerra entre banderas
al comienzo de la noche;
vientos helados
venidos de oriente
trajeron el odio
y el gran olvido.

El rojo ambición ha sido de todos
la peor desgracia:
labios elocuentes,
colmillos filosos,
manos extendidas,
serviles y rapaces.

Su ferocidad no conoce límites,
se lucra del sueño
y la enajenación de las masas.

Vino entonces el rojo venganza,
vino atado al yo y encadenado al nosotros,
vino de civil y en camuflado,
y cada cual hizo de sí el tribunal supremo.

Hasta que llegó el humilde ermitaño,
el de la velita encendida,
que, a decir verdad,
siempre había estado,
pero como ausente.
De ahí que se diga: “es el último”,
el único que trae la luz
y el único
que puede extenderla.


*Texto extraído del libro maestro de la mística pirenaica

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