22.3.09

DESDE COLOMBIA. Jaime Lopera


La muerte de la literatura

La literatura está vigente, quién lo duda. Muchísimos lectores acuden a la literatura fantástica. La de “autoayuda” o espiritualidad no se queda atrás y tampoco las narraciones románticas. Tongoy, un personaje de Vila Matas, dice que la literatura está acechada de muchos peligros en esta época. Posibilidades.


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La enfermedad de Montano era la literatura. Durante mucho tiempo el personaje de Vila-Matas estaba tan enfermo de ella que lo condujo al hastío. Cuando ese mal se le hizo insuperable, parecía que la única conclusión de Montano era aceptar la muerte de la literatura, vale decir, aquel momento en que ya se hubiese escrito Todo.

Esta alegoría de Enrique Vila-Matas en su novela El Mal de Montano se constituye en otra obra sugestiva de este autor español que cada día nos sorprende con sus desusadas narraciones. La originalidad de Vila-Matas radica en su versatilidad. Lector de miles de páginas, explorador de variedades literarias, este catalán cabalga entre la ficción y el ensayo literario como si fuera una carrera sin obstáculos.


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La literatura está vigente, quién lo duda; pero ese tema de la muerte de la literatura permite otras reflexiones. Estadísticamente hay una cifra que denota la creciente baja de lectores, pero es preciso andar con cuidado antes de admitir que por eso la guillotina le haya llegado a la literatura. ¿En qué consistiría entonces la muerte de la literatura si todavía hay millares de lectores?

¿Ó será que los ejemplares vendidos por la señora J.K. Rowling con sus historias de Harry Potter solamente se pueden ver como un robustecimiento de la imaginación infantil a costa de esa larga leyenda inglesa que nos ingresa al mundo sombrío de los prestidigitadores? (O peor: ¿es eso literatura?)

No quiero decir que los británicos sean autores clarividentes -aunque lo parecen: Lewis Carroll, George Orwell, C. S. Lewis, Tolkien, cuya fantasía épica El Señor de los Anillos fue elegida en su país como el mejor libro del siglo-, sino que algo diferente está ocurriendo en el alma de los miles de lectores adultos de todo el mundo que eligieron esos textos anglosajones como un estímulo de sus ilusiones.

La literatura contemporánea, vistos estos resultados por el volumen de ejemplares adquiridos, ¿quiere nutrirse de sueños, y no de realidades? Los Hobbits, Bilbo, el Silmarillon, el malo de Voldemort, el Príncipe de Caspian, no hacen más que proyectar la imaginación del niño que llevamos adentro (o revalidarlo), a cambio de escamotear una realidad difícil que ronda la vida de los que habitamos en este mundo.

Pero entonces la hipótesis del sesgo hacia la literatura fantástica se caería y no habría explicación alguna para que Stephen King, Tom Clancy, Frederick Forsyth, Michel Crichton, o Sydney Sheldon, vendieran tan formidables cantidades de ejemplares de sus novelas de acción. ¿Serán acaso éstos lectores adultos del realismo aventurero los mismos que consumen la fantasía de Harry en Hogwarts, y los gnomos del Reino de Narnia?


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De seguir la estadística del mercado editorial, nada nos impide mencionar otra tendencia de los lectores de libros modernos cuando se ocupan de lo que suelen llamar, a veces paródicamente, como libros de “autoayuda” o de espiritualidad. Aquí se observa de nuevo que la literatura no ha declinado todavía.

Y para demostrarlo, no es sino contar con la enorme la cantidad de ejemplares que salen de las editoriales para alimentar un elevado mundo de creyentes que reclaman a Pablo Coelho, a Gurdjieff, a Lao Tse, a Khalil Gibran, a Anthony de Mello, a Castaneda, a Osho, y a Krishnamurti, entre otros, para fantasear acerca del apoyo trascendental que podría tener la vida de uno en aquella zona de espiritualidad donde nuevamente los pormenores de la sociedad se pueden olvidar por un rato.


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Pero el mundo de las narraciones románticas no se queda atrás: la venta de los relatos acaramelados de Bárbara Cartland, Jude Devereaux y Corin Tellado no se ha detenido por muchos años, así como los libros de Danielle Steele no dejan de explicar algunos lagrimones en los ojos de las adolescentes.

Los universos alternados ( Narnia ), el pasado místico de la Tierra Media ( El Señor de los Anillos ) y el mundo paralelo de la magia ( Harry Potter ), son formulaciones de la literatura fantástica a la cual acuden diariamente muchísimos lectores. Lo mismo cabe decir de los textos de confabulación religiosa ( El Código Da Vinci ), los lectores de las autoayudas y los románticos, que también hacen sonar los timbres de la caja de los libreros -aunque algunos se resientan porque la literatura es escasa en ellos.

De este modo, la única pregunta que queda es saber si todas estas expresiones son o no son literatura, lo cual nos regresa al principio: ¿para sentenciar la muerte de la literatura será preciso pensarla de una manera tal que ella se no se encuentre sino en Joyce, Machado, Proust y muchos más, y ausente en los universos de Hermoine, los héroes de Clancy, y los desahogos del Victoria Holt? ¿Solamente aquellos son LA literatura?

Faltaría mencionar a los verdugos de la literatura: me refiero a las búsquedas de Alain Robbe-Grillet y los de Georges Perec, para citar solo estos dos franceses, que se propusieron modificar la conformación o formato de las narraciones literarias de tal modo que los escritores se vieran enfrentados a combinar las diferentes formas de escritura a su gusto. De allí a la metanovela, que inauguró un provocador estilo con Paul Auster, DeLillo y Gaddis en los Estados Unidos, no hay sino un solo paso.

No se diga si hubo éxito en la propagación de tales experiencias formales, porque no viene al caso; pero ellos decidieron mortificar a la literatura, no hasta el punto de asesinarla, sino con el ánimo de revelar sus múltiples facetas y posibilidades.


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En un momento dado Tongoy, otro personaje de Vila Matas, dice que la pobre literatura está acechada de muchos peligros y casi amenazada de muerte en esta época salvaje en que vivimos. No obstante, páginas más adelante, Montano proporciona una respuesta decisiva y heroica con la afirmación de que él puede encarnarse en la literatura misma y que la memoria de una biblioteca universal, como la quería Borges, era la mejor refutación a los conjurados. Así se acabó -dichosamente- la mencionada rebelión y todos, incluso Enrique/Montano, descansamos tranquilos.

Jaime Lopera
Escritor. Presidente de la Academia de Historia del Quindío.

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