22.3.09

DESDE COLOMBIA. Ángel Castaño

DOS A LA IZQUIERDA, DOS A LA DERECHA.


Relatos de invidentes en la ciudad de Armenia.


Los dedos presionan. El acordeón en arpegios se expande. Reducida concurrencia lo flanquea por ambos lados. Un vaso de kumis recibe las monedas. Terminada la función, Alexandra Calderón, suavemente asida de su brazo, lo lleva hasta la otra esquina de la Plaza Bolívar de Armenia. Un leve apretón de manos indica el inicio de la interpretación. Quisiera ser el diablo, salir de los infiernos, con cachos y con cola el mundo recorrer.


Alirio Romero aprendió a tocar el acordeón en un Instituto de Educación Especial para Invidentes. Nacido en Chiquinquirá, es el sexto hijo ciego de una pareja de campesinos boyacenses. Desde hace dos años, en giras esporádicas, recorre el país. Duitama, Chía, Sogamoso, Bogotá, Manizales, Pereira y Armenia es el itinerario de su primer viaje acompañado. Tímida, Alexandra recibe las felicitaciones de los viandantes. Conoció a Alirio en una clase para ciegos a la que su hermana asistía. Sonriente, confiesa que el amor, en su caso, nació apenas lo escuchó tocar el acordeón. “Tocaba como si el alma se le fuera en eso. Llevamos seis meses de novios. Es algo muy bonito, él es muy romántico”. Cumplida una semana, con algo de dinero en los bolsillos, la pareja partió hacia Cali.

La pala se hunde. La temperatura, por encima de los treinta grados centígrados, de sudor empapa la camisa. José Ovidio Torres cultiva albahaca, zanahoria y lechuga en la huerta del colegio Rufino Centro. En diciembre de 1990, mientras pasaba una temporada con sus hermanos, perdió la vista en un accidente de tránsito. Lenta, la recuperación tardó cuatro meses. La ciudad es distinta para cada ciego. Los de nacimiento, más sueltos en el recorrido de las calles, no saben cómo es un semáforo y, para ellos, el árbol es un quejido de hojas secas. Los de accidente caminan de la mano con el recuerdo. “Uno tiene que aprender a ver con la nariz, con las orejas, con la piel. Al principio es muy complicado, la gente poco colabora, pero después, con el paso del tiempo, uno se acostumbra”, dice José Ovidio.

Soltero, vive con los hermanos en el barrio La Patria. Al llegar al paradero de buses le pide el favor a una persona que le diga qué rutas pasan. “Apenas oigo mi ruta, me pongo de pie y paró el bus. Adentro, me oriento por los movimientos del bus. Sé cuantas curvas hay. Me bajo a x número de cuadras de la curva trece.”

Un programa de capacitación del Sena permite que José Ovidio, además de estudiar en la institución, los miércoles de 8 a.m. a 4 p.m. trabaje en la huerta. En el barrio El Recreo existe la Villa de los Ciegos . Conocida así por albergar a varias familias con invidentes, las fachadas de las casas están pintadas de gris. Alrededor de la guitarra y la Biblia, se celebran reuniones cristianas.


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