19.5.08

DESDE COLOMBIA.J.N.Solórzano Castaño

LOS DERROTADOS
NO SOMOS INOCENTES


Alguna vez el personaje de mis cuentos, Solórzano Castaño, fue invitado a un encuentro nacional de escritores por la paz de Colombia, en el que leyó una ponencia que llamó Los Derrotados no Somos Inocentes. Después de esa lectura, Solórzano Castaño se dedicó a escribir cuentos y se matriculó en la peregrina idea de crear la Asociación de Ficción Ficción, Asoefifi . Hoy, como homenaje a mi personaje, ahora desaparecido, quiero compartir con ustedes algunos apartes de esa ponencia, que en ese tiempo fue de interés de un buen amigo, Arturo Alape, historiador y novelista ya fallecido..

Leo entonces fragmentos de ese texto:

Algunos pensamos que el siglo veinte en Colombia, como expresión de modernidad política, tuvo dos hechos fundamentales que contaminaron su río histórico: de una parte, la desaparición de la línea de pensamiento social, con la caída del segundo gobierno de López Pumarejo y, de otra, el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, hace 60 años, cuando asesinaron a bala la ilusión de equidad y justicia social de una buena parte de la sociedad. Con ello, el Establecimiento, las élites de Colombia, crearon un fenómeno de la naturaleza social, amalgama de exclusión y resentimiento, monstruo cruel e inmisericorde, que hoy, tantos años después, no termina de matar.
Cercenadas esas vertientes de nuestra sociedad, el país volvió a quedar en manos de los herederos de la denominada regeneración política del siglo diecinueve, con lo que dimos un gran salto, un salto inmenso hacia atrás: vuelta canela y media hacia el pasado.
Y lo digo porque por primera y última vez en el siglo veinte, perdíamos la oportunidad de vislumbrar la utopía de la síntesis nacional, el proyecto histórico común que todos podríamos ilusionar, es decir, la comunión entre quienes decidían el destino colectivo y los demás, los de la periferia, quienes sufrían por cuenta de esas decisiones.
Albert Camus, el autor de La Peste, decía al respecto de inequidades similares que: Uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia sino al servicio de quienes la padecen

VIVIMOS LA CERTEZA DE UNA INCERTIDUMBRE

Desde ese tiempo vivimos la certeza de una incertidumbre, la cotidianidad de la desesperanza, que aún no termina, y que por el contrario se alarga y se agudiza con hechos como el secuestro y la retención, la violación de los derechos de la sociedad civil en el conflicto, la instauración de mecanismos legales para la implantación descarada de la impunidad oficial, como la Ley de Justicia y Paz.
Es una incertidumbre que se convierte en angustia colectiva. Y en exclusión.
Entre todos, unos por interés económico y político y otros por pasividad y resignación hicimos y aceptamos la exclusión como principio social. La aceptamos, y al hacerlo nos entregamos al vórtice de la discriminación per se, como política de Estado.
No sabemos en qué momento, un pueblo que se resistió a la conquista española con la dignidad del Cacique Calarcá, que proclamó con José Antonio Galán la necesidad de la resistencia civil, que hizo de la libertad de pensamiento un libro abierto con José Maria Vargas Vila, que defendió con su voz mestiza la oportunidad de los pobres sobre la tierra, con Jorge Eliécer Gaitán, que creó movimientos estudiantiles y sindicalistas en los años treintas y setentas, que resistió la muerte de sus mejores hombres en los años ochentas, un pueblo que creíamos orgulloso y enhiesto, no sé en qué momento se entregó en los brazos de la molicie, de la permisividad y, en especial, en qué momento cambió su espiritualidad, hecha de mineral y sal pétrea, por la cobardía del silencio y de la complicidad.
Un pueblo que trocó el significado de convivencia por el de connivencia.
Ahora, por ejemplo, cuando hablan de Colombia, y dicen que lo mejor de lo nuestro es la gente, yo creo lo contrario, yo creo que lo mejor de este país son sus paisajes, sus animales y su flora.
Ahora que la propagandería oficial dice que Colombia es pasión, uno podría pensar que sí, que si es pasión, pasión por robar, por matar y por ofender el alma del cosmos. Herencia que se prefiguró en el siglo diecinueve en la Regeneración de Núñez, reelecto cuatro veces, y que se plasmó en la oficialización de la exclusión e insularidad en los preceptos constitucionales de 1886.

¿LOS DERROTADOS SERÁN INOCENTES?

¿Quiénes eran esos herederos de la regeneración de quienes hablamos y qué tienen que ver con el Acuerdo Humanitario que pedimos ahora en el siglo veintiuno, y por qué recurrir a la historia para explicarnos la impotencia de millares de colombianos que hoy viven el secuestro y sus efectos?
Lo primero que tenemos que decir es que el país, se encuentra sobrediagnósticado, y que aquí no vamos a vislumbrar respuestas precisas para males cuya metástasis ya está confirmada.
Encontraremos valores y significados para símbolos de una nación que se debate entre la estulticia, la resignación y la cobardía. No olvidemos en este orden de ideas que Gesualdo Bufalino, el escritor italiano interrogaba así a sus contemporáneos:

Los vencedores siempre son culpables, y está bien. Pero los derrotados, ¿seguro que son inocentes?

LA PRECARIA MODERNIDAD DE COLOMBIA EN EL SIGLO XX

De repente Colombia despierta en 1934 a los albores de su particular siglo veinte. Y ya, en Estados Unidos, el Presidente Rooselvelt, con su teoría del Nuevo Trato, empezaba a implantar las nociones del Estado Benefactor y de sus políticas del Buen Vecino.
De repente, Colombia, se ve abocada a la suspensión de sus pagos de deuda externa, en el contexto del conflicto con el Perú, pero también a una revolución al interior de sus instituciones.
A mi modo de ver de 1934 a 1 948 , mientras dura la influencia de López Pumarejo, y de Gaitán sobre sus conciudadanos más próximos, y mientras las reformas de la Revolución en Marcha en buena parte condicionan al mismo Eduardo Santos, tiene lugar, en ese precario lapso, la modernidad en Colombia.
Después, a pesar de que la ciencia y la tecnología han llegado con su avasalladora velocidad, de que nuestra medicina es competente en el planeta y de que en la Universidad del Quindío hacemos investigación de vanguardia, de que nuestros cantores sintonizan su música con la sensibilidad de los latinos de otras latitudes, y de que Rodolfo Llinás nos redescubrió que la cabeza tiene funciones más importantes que el hábito de portar un sombrero, a pesar de todo ello, Colombia es un mapa de significados dispares e irregulares, como nuestra topografía, en donde es muy fácil pasar de costumbres feudales, donde domina un señor y obedece un siervo, a los estertores de la postmodernidad, tiempo sin espacios, cuando las emociones semejan el aleteo de una mariposa o la provisionalidad de una rosa al viento, es decir, cuando lo efímero y lo veloz, a pesar de nuestra absurda ilusión de permanencia y de edificación de tradiciones- que tan sólo es la expresión de un pavor colectivo a la muerte- lo efímero y lo veloz, campean en los corazones de esos jóvenes que inventaron en la calle otro lenguaje para entenderse entre sí.

EN 1948 COLOMBIA APAGÓ LA LUZ EN EL SIGLO VEINTE

Decía que con la muerte de Gaitán, Colombia apagó su luz en el siglo veinte.
Lo que vino después, con la instauración del Frente Nacional como fórmula política de apaciguamiento, si bien fue útil en su momento, al final se constituyó en la fácil claudicación del pensamiento. Canjeamos ideología por pragmatismo, y al hacerlo entregamos el país al claroscuro de la ambigüedad política.
Un hecho fehaciente que ejemplifica esa afirmación es que el país terminó uniformado en su ideología: o quién puede contradecir que los Santos, los Turbays, los mismos Lleras, los Gaviria, los personeros del Liberalismo Clásico, cuya fuente era la Revolución Francesa, en verdad pensaban y hablaban como agentes de un conservadurismo obsoleto, fundamentado en la tradición y en la fe...
En 1963, cuando murieron John F. Kennedy y Teófilo Rojas, Chispas, el primero asesinado en Dallas y el otro en Calarcá, Colombia era una nación cerrada y trancada por dentro.
No existía, como en otros países, el fervor de sus movimientos estudiantiles o la energía volcánica de sus mujeres en las calles. Es más, mayo del 68 nos tomó con el credo en la boca, y no pudimos integrar a Camilo Torres, por ejemplo, a las corrientes de la lucha ideológica, social y política: lo enviamos, con su lúcida mirada de niño sorprendido por la luz de la mañana, a los montes y selvas, en la búsqueda de su propia muerte.
Tampoco tuvimos el valor de escuchar con paciencia los desgarradores y proféticos mensajes de los poetas y escritores. En el siglo veinte, para sólo citar algunos casos, no esforzamos nuestro oído para descifrar el significado de las palabras de Luis Vidales, de Baldomero Sanín Cano, de Gerardo Molina, de Diego Montaña Cuéllar, de Fernando González, y del mismo Gonzalo Arango.
¿En qué momento trocamos la sal y el mineral de nuestros espíritus por la cobardía, el silencio y la complicidad?
No lo sé. Pero lo ocurrido en las elecciones de 1970 dice muy bien de cómo somos los colombianos. Acallados por el autoritarismo del Presidente de turno, del cual hoy hacen apología cerrada los historiadores oficiales, hicimos de la prudencia y de la resignación bovina una forma de vida.
Miren estos ejemplos de tragedias nacionales, frente a las que guardamos silencio colectivo:
La irrupción del contrabando en la Guajira y su progresiva conversión en todo el país en el fenómeno del narcotráfico. La Presidencia de Turbay Ayala y de los militares torturadores en las caballerizas de Usaquén. La Presidencia de Betancurt y sus terribles omisiones en el Palacio de Justicia y en la catástrofe de Armero. La creación de las Autodefensas Unidas de Colombia . El exterminio moral y físico de la Unión Patriótica, el asesinato de Galán, de Antequera, de Pardo Leal, de Bernardo Jaramillo, de Pizarro, de Cano, de los dirigentes indígenas y sindicales. La consolidación del secuestro como método de guerra.. El asesinato de Alvaro Gómez: no terminaríamos de enumerar los hechos históricos, y sobre todo los asesinatos, que se han perpetrado en nombre del Estado y de una eventual Revolución de Izquierda.

En el contexto de esta fiesta del absurdo, más allá de las millares de fosas comunes que convirtieron nuestro territorio en un desolado campo santo, en el país ocurren otras tragedias sociales que preferimos ignorar: la privatización del servicio de acueducto en centenares de municipios de Colombia, el desmonte gradual de la educación pública superior y, en el mismo orden, la privatización del lenguaje por parte de los medios masivos de comunicación y de los centros del poder.
En mi departamento, de años atrás, ocurren tragedias similares: las tierras productivas, en buena parte, han sido compradas por narcotraficantes y paramilitares para sus proyectos de turismo, desde La Tebaida hasta Quimbaya. Las calles de Armenia, y de los demás municipios se han convertido en antesala de la subcultura de los juegos de azar y del espíritu artificial y pernicioso de los casinos. En Montenegro, más de medio millar de niñas, ejerce los fines de semana la prostitución infantil. De tiempo atrás en el Quindio, la inversión social, mientras los ancianos pasan hambre y los niños desertan de sus escuelas, se afinca en el populismo y en el más precario asistencialismo. El arte y la cultura son aretes de un vestido lujoso que no conmueve a nuestros políticos y dirigentes tradicionales. Es más, para algunos de nosotros, artistas y gestores de la cultura, el presupuesto público se convierte en un botín que es necesario arrebatar a la creación y, en especial, a la educación en artes.
Pregunto: ¿acaso los derrotados, como decía Bufalino, somos inocentes?
La palabra, razón de ser de los escritores y de los poetas, está retenida y aprehendida por algunos mercaderes que dictan, desde sus lógicas, los nuevos significados de estos tiempos: al consumismo desaforado lo llaman necesidad y a la subversión la califican de terrorismo. Al acuerdo humanitario, los halcones y los personeros de este ambiguo Estado de Derecho, lo convierten en un asunto de palabrería barata y lo eluden con sofismas mediáticos.
Al amor, esa piedra preciosa tan escasa en este tenebroso socavón, lo llaman sexo.
En Calarcá, mi pueblo, existe un buen poeta que es un obrero de la construcción. Un ruso como los llaman en Bogotá. Ese poeta, que trabaja de sol a sol, financia con sus recursos la publicación de sus poemas: es más, termina escribiéndolos en las paredes de su casa en el barrio Gaitán.
Ese poeta, que mantiene viva la llama de la poesía en su corazón y en las calles de mi pueblo, no entiende, como pocos lo comprendemos, por qué la poesía se volvió en un país de poetas un artículo de lujo, un raro producto al que los jóvenes, y los niños, ya no tienen acceso. Tal vez, estimo, porque la palabra, como el agua, fue privatizada por los dueños del poder oficial.
En la puerta de su nevera vacía, y en el lenguaje que él ha inventado para decirse, escribió:

Prefiero
Que te las
Hallan cortado
A saber que esas manos
Con las que estás
Diciendo adiós
Son las tuyas.

Lo que quiero significar es que en medio de la cobardía que a muchos nos acogota, nos paraliza, existe, en medio de esta certeza de la incertidumbre, un hálito de lucidez y de energía espiritual que aún pervive en algunos colombianos.
Y que los escritores, como dice Sábato en su libro Antes del Fin, tenemos una responsabilidad insoslayable. Dice Sábato:

“El escritor debe ser un testigo insobornable de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses, pierde de vista la sacralidad de la persona humana (...). Es arduo el camino que le espera: los poderosos lo calificarán de comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario por exigir libertad y respeto por la persona. En esa tremenda dualidad vivirá desgarrado y lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y dientes.
De no ser así, la historia de los tiempos venideros tendrá toda la razón de acusarlo por haber traicionado lo más preciado de la condición humana”.

Al día de hoy, cuando los regeneradores se niegan a celebrar el acuerdo humanitario, ¿ quiénes somos los derrotados, y qué tan inocentes somos?



Espero que Solórzano Castaño entienda que hice mi mejor esfuerzo por leer bien su texto. Muchas gracias.






J.N. SOLÓRZANO CASTAÑO




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