DELIRIO ANTES FUE DELICIA
Respiro carne. Creo que me he enamorado de tu sabor, dulce y extremo. No me conformo con tu espalda, quiero cada centímetro cuadrado de tu piel rendido a mis yemas, suaves y redondas, y que las notes, que las sientas que resbalan y rebasan tus puntos cardinales. Quiero tu carne, triste y húmeda, entre mi ombligo y tu cicatriz de nínfula venida a menos. Te daré anzuelos. Te dilataré las pupilas con mis dedos. Tiritarás de gusto. Titilaré de miedo. Hambre, tengo hambre y fuego. Quiero tus muslos en un pentagrama, para hacerte sangre y lamerte. Ebria y tirante, con las uñas pintadas, con tu lengua en mis labios, para repetir, y repetir, y repetir en tus rodillas sucias todos los deseos acumulados de las pasadas navidades. Agarrarte desde el cuello, susurrarte improperios al oído y levantar tu barbilla con un solo dedo. La niña hambrienta mira al techo y diluye galaxias. Sufre de intermitencias. Llora primero, ríe cuando ya no queda nada por lo que matar. Loca de atar. Tus ojitos me enternecen, tus súplicas me inflaman. Quitarte el dedo de la boca y abrir la mano. Jugar con tus botones. Insistir en el misterio. Las niñas de ojos grandes saben a dulce de algodón, canela y jengibre. Esta se relame. Yo quiero solo un poco de su toxicidad variable.
ELISA G. McCAUSLAND
1 comentario:
Todavía que quedan rastros de miel y a toxicomas. Continua escribiendo así, por favor.
Publicar un comentario