8.4.08

DESDE COLOMBIA. Carlos Alfredo Villegas


LA GOBERNACIÓN Y LA UNIVERSIDAD DEL QUINDÍO PRESENTARON EL LIBRO DE CUENTOS HISTORÍAS DEL PROLOGUISTA DEL ESCRITOR QUINDIANO JOSÉ NODIER SOLORZANO CASTAÑO
Sábado, 19 de abril 2007. Salón Simón Bolivar, Gobernación del Quindío. Nota para TERMITA CARIBE de Carlos Alfredo Villegas.

UN PRÓLOGO MÁS

El libro “Historias del Prologuista” florece como especie extraña en el erial de un departamento consagrado a la oda y la rapsodia. Sin embargo, constituye para nuestro amigo José Nodier Solórzano Castaño, la validación social de la suma de voluntades que lo erigen como escritor. Es poco probable que Nodier comparta esta afirmación. Pero conociendo su trayectoria y su ideario estético -suficiente reseñado por la “mala leche” de la crítica universitaria Rosamira Castrillón-, puedo afirmar que Solórzano Castaño es un escritor que no cree en el acto de escribir como un don divino, ni como pose hedonista, sino como una suma de voluntades: la voluntad de sentir, la voluntad de pensar, la voluntad de obrar y la voluntad de persistir.

A esa suma de voluntades que no le permite arredrarse, ni le deja rendirse al aplauso fácil, ni a los reconocimientos coyunturales, podemos atribuir ahora que su ejercicio escritural sea reconocido por dos de las más importantes instituciones culturales del Quindío, con la publicación de una obra inusual en el horizonte de la literatura quindiana. Digo inusual, no sólo por el lenguaje, que escapa a la tradición costumbrista de un departamento rural, sino por una narrativa que se instala con propiedad en las corrientes de la modernidad: fractalidad, caos, vacío del ser. Una modernidad donde el humor y la alteridad cobran fuerza para reimplantar personajes urbanos, algunos con fuerza de caricatura –vaya si lo sé-.

En Historias del prologuista, Solorzano redibuja, criticándola, una ruralidad que se evidencia en el lenguaje relamido de sus personajes y en la pobreza de sus rituales desangelados, sin trascendencia. Obra que recupera la fuerza de toponimias de su tierra, su Calarcá del alma, que parecieran veraces, pero en cuya aceras verbales los lectores que se atrevan a pasearse por sus precarias calles sólo encontrarán sombras y entretelones que lo instalan en el vértigo de siglo XXI, en su desasoiego, en el vacío paranoico del “ser vigilado”, del hombre y la mujer prisioneros de sombras y de anhelos prestados.

Obra inusual, no sólo por la ausencia de una trayectoria narrativa moderna en el Quindío -lo más cercano a la intención de Solórzano Castaño lo encontramos en la ya distante La Luna Ladra en Marselia y en la aún más distante colección de cuentos La maravillosa gente común-, sino también, por una intención de vasos comunicantes entre los relatos, que el lector avisado podría leer como una muy técnica y elaborada novela; una disgregada novela, reafirmo aún a contrapelo del escritor, sin antecedentes en el Quindío. Una novela, digo, que de repente parece monumental y barroca, desde su aparente fragmentariedad. Pero serán los críticos los que afirmen o nieguen, con criterios de validez, las percepciones del improbable lector. Que alguien salve a Nodier de caer de nuevo entre las dentelladas rabiosas de Rosamira Castrillón.

La publicación de la obra de Solórzano Castaño –el escritor, no el personaje de Historias del Prologuista (¿dónde anida la verdad? ¿Quién nos puede asegurar que no estamos frente al desaparecido o autoeliminado Solórzano Castaño?)- celebra también una generación que se articuló en torno a la revista TERMITA; publicación que el fallecido Alvaro Nieto Córdoba inició en cuatro hojas de papel estenografiado, pero que recoge las huellas de un colectivo que se afirma en los nombres de Fabio Hugo Ortiz, Humberto Senegal, Martha Lucía Usaquen, Fabio Osorio Montoya, Carlos Alberto Villegas, Maria Cristina Ceballos Cano, Luz Amparo Palacios, Jorge Hernando Delgado, Aviecer Agudelo, Elías Mejía, Jorge Ramos, Orlando Montoya.

Pero no quiero desperdiciar ahora el breve tiempo que me han brindado los hombres de Acuario; ya la luz de la selva no me deja ver las letras que garabateo en este papel y pronto debo regresar a mi covacha de cautiverio, a las cadenas del secuestrado.

Aprovecho, reitero, esta escasa luz para sugerirle al Gobernador del Quindío y al Rector de la Universidad, no que lean la obra, -sin duda sus discursos ya dieron cuenta de la propia exégesis en torno a ella y al escritor, o al menos uno así lo espera- sino para insinuarles que aprovechen, en beneficio de los estudiantes de la universidad, la capacidad narrativa y crítica de Solórzano Castaño, su conocimiento de la literatura universal y la demostrada suficiencia literaria de su obra, refrendada por diversos concursos nacionales, y por su presencia dinámica en el Consejo Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura. Siempre he creido que Solórzano Castaño –el real o el virtual, igual dá- enriquecería, desde la cátedra universitaria, el oficio de escribir en el Quindío. Y para ese sí, verdadero logro, sólo se necesita un mínimo de voluntad política. ¿Quién se atreverá a ir más allá de la palmadita en la espalda?

Ya viene el hombre barbado, veo claramente en el brazo de su camuflado la insignia de Acuario, esa oscura corporación que tampoco me deja ser. Debo detener mi escritura. Un saludo a todos desde estas selvas ruidosas. Un último dato para las autoridades, me acompañan en el cautiverio William Altaner y mi querido primo Villegasuribe, no los busquen más.

Moriría de felicidad si este texto fuera leído en la presentación del libro Historias del Prologuista, como uno más de mis prólogos. Cómo me hubiera gustado brindar con ustedes por el triunfo de la Ficción-Ficción, no importa que hubiese bailado un poco encima de las mesas.

Sin otra oportunidad de extenderme como deseara,

Su amigo,


Carlos Alfredo Villegas.
Ex secretario de Asodefifi.

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