En el Metro de Madrid,
una mujer de pezones azules
me mira desde sus ojos de cielo.
Mis pupilas estrábicas,
que entretejen y confunden
tiempos y distancias
y anhelan regresos primordiales,
auscultan su impalpable geografía
de valles, montañas y cavernas
donde una flauta de Pan
inaugura héroes y siglos.
Un golpe brusco
y un mugido de astado bicorne
que no alcanzan mi rostro
detienen la torpeza de mis manos ciegas.
Tras la puerta del vagón
desaparecen la mujer y su aroma
y el territorio intuido regresa
a la oscuridad del olvido.
Por entre escaleras mecánicas,
que suben y bajan,
la fragancia azul es un hilo de Ariadna
que mi olfato sigue con habilidad de galgo viejo,
pero entre los nodos del telar hispánico
que con paciencia desteje Penélope,
las notas de una canción ciudadana
me devuelven la certeza de un día
que instaura historias de dagas y cuchillos.
Ahora que sé quién soy
una luz peregrina golpea mis ojos de luna.
Detenido frente a la sombra migrante
que alarga nostalgias de bandoneón,
repito, integros, los versos
con la prolijidad del memorioso Funes:
“Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles”
Y el Euro que tintinea en la baldosa
reverbera amargo en algún lugar de Ítaca
bajo las pezuñas de un minotauro.
De: Bitácora de Ulises.
Carlos Alberto Villegas Uribe
blue nipples´woman
Francisco Piedecausa Selfa. Alicante 2008
APUESTO A LAS LUCES QUE ANIDAN EN AL SOBRA Y A AQUELLA OTRA PÁGINA DE HOMERO QUE TAMBIÉN ES POSIBLE.
Mira la mujer tus ojos de luna,
tus pupilas extrávicas,
te mira,
viejo galgo de olfato avisado,
desde su mirar de cielo.
Y lee tus anhelos
de regresos primordiales,
ve lo que ves,
ve que te hundes
en sus pechos azules,
en su exuberante geografía,
agreste y armónica,
donde brotan sinfonías.
Te mira
y se queda
para siempre mirarte,
y no hay golpe que detenga la torpeza
de tus ciegas manos,
aquellas que inútilmente intentan
auscultar su ser impalpable.
Si,
tras la puerta del vagón se ha ido,
más no su aroma,
su fragancia azul,
mujido de astado bicorne.
Y por más que entretejes y confundes
tiempos y distancias
no vuelves inmune
a la oscura caverna del olvido;
porque la intuiste toda,
y toda su territorialidad te habita.
Por más que subas y bajes
aquella luz peregrina
será la única capaz de revelar quién eres.
Y entonces, vencido,
vencido por su ausencia
te dejaras llevar por alguna cantinela urbana,
rumor de historias y muertes repentinas,
y llorarás nuevamente
–¡no niegues que has llorado!-
frente a tu sombra de migrante,
la de alargada nostalgia,
y repetirás íntegros tus versos más callados:
“Calla, oh! Dios,
la cólera de Aquiles,
que con amargor reverbera en algún lugar de la tierra
bajo las pezuñas de la nada”.
Bel Ruthé
De: Elisa G. McCausland
Otro juego de sombras (underworld)
ilustración de Jasinski.
Bajé las escaleras, otra vez. Con miedo. Con ganas. Y la encontré. Altiva, rebelde. Parpadeaba para mi, junto a la puerta, frente a mi, a años luz. Blanca y desordenada. Azul y tierna. Mullida, serena.
Tres paradas, una mirada que se extravía, un gesto, ese gesto y se abren las puertas. Ella se marcha. Su aroma a almizcle, mi aroma a miel. Los confundo. Se me escapa escaleras arriba. Suena nuestra canción. Ella no está. Tú sí. It´s a song to say goodbye
OTRA PÁGINA DE HOMERO EL CRUCIFICADO
En cualquier metro del mundo,
yendo entre soledad mis soledades,
mujeres de blue-jeans azules,
apretados hasta el cansancio,
desvían sus ojos cuando las miro
con estos ojos inyectados de sexo.
Ellas saben, y lo dicen,
con esa muestra de pudor,
que desde su frente a sus tobillos
veo pezones, bosques enteros de pezones
atrayendo mi boca como un imán de carne,
como un imán de leche.
El cielo de sus cuerpos
trabajará horas extras en mis noches
cuando recuerde sus curvas.
Cerca y lejos.
Mujeres.
En los vagones.
En los vagones de los metros.
No pueden evitar los roces
de esas manos de obreros asquerosos
en sus impalpables geografías;
sin mi abrazo,
de todas maneras se irán mancilladas
en medio de los regresos nocturnales.
Pasa el metro por valles de acero,
que rechinan y rielan en lo oscuro,
por montañas perforadas y cavernas
donde flotamos hambreados,
sin hembra ni pan,
los nuevos antihéroes del siglo.
Un golpe brusco en la curva,
muge mi toro ante los labios de ellas.
Pongo contra sus caderas mi bragueta.
Sus cabellos por poco
no alcanzaron mi rostro.
Pero ya se detiene
con suavidad el metro.
Sé que mis manos, esta noche,
tantearán nuevamente,
entre mis piernas,
su dulce-ácido aroma buscando retenerlas.
Se ha cerrado la puerta del vagón.
Se van, se fueron.
Desaparecen las mujeres
y el territorio del deseo que fueron.
Ahí veo sus blue-jeans
apretados hasta el cansancio,
ascendiendo en las lentas
escaleras mecánicas.
Queda tan sólo un recuerdo azul,
el hilo de Ariadna del Levis,
que mi olfato sigue con habilidad de galgo viejo,
entre las vibraciones de telar del metro.
Toca el mendigo su música.
ELÍAS MEJÍA
Primera reacción:
DE SOSLAYO
Miramos al pervertido
pegado de un pasamanos,
mas o menos abatido
como todos los humanos.
Tiene un ojo en el paisaje
y otro mas en la lolita
apostando en este viaje
una erección de varita.
Mirar azules pezones
es una infantil ocasión
que deja abajo calzones.
Solo que en estas misiones
manteniendo una aspiración
se terminan los mirones.
Jorge-Luis Garcés
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