13.7.08

DESDE ESPAÑA, Elisa G. McCausland


Mulholland Drive o la divina comedia de David Lynch




Puntos de fuga y puntos de inflexión. Es irónico que un alma de letras solo pueda explicar esta espiral descendente a la oscuridad en términos matemáticos.

Puntos de fuga que dirigen la mirada del espectador hacia el sueño y la pesadilla. Punto de inflexión: El Club Silencio… y a partir de ahí unos puntos suspensivos que dejan la puerta abierta para que la imaginación vuele y se libere de lo ya vivido y componga una nueva sinfonía con las notas que Morfeo propone… ¡Silencio!

Nace el sueño en forma de amnesia, personificado en una aparente "femme fatale" de cabello negro y gesto desvalido enmarcado en rojo. Entonces, la mujer de ensueño, nublada por la nada de sus recuerdos, se encuentra con la rubia ambición, dulce e ingenua ilusión en las carnes de una oxigenada pin-up de los 50. Rita y Marilyn, Ava e Ingrid, morena y rubia, tentación y caída… uno de los muchos eternos de la mitología humana de la que se ha alimentado la gran fábrica de sueños.

Pero este pecado original es teñido por las turbias aguas de la curiosidad, y esa curiosidad estrecha el espacio y el tiempo, y es entonces cuando la levedad de dos seres estalla en una escena demasiado carnal, por inesperada, por tierna, por abrumadora y por transparente en su desnudez; un desnudo no tanto físico como psicológico, porque refleja crudamente la naturaleza pasional, sensual y bestial de aquellos que se estrellan por primera vez el uno contra el otro, y no encuentran mejor salida que la de amarse.

Los enamorados en Hollywood (y en todas partes) creen que todo es posible y la búsqueda de la génesis de cada una de ellas dos sigue caminando a lo largo del metraje, fotograma a fotograma, buscando el pasado de la una y el futuro de la otra.Y es cuando la ambición rubia despliega su talento, como una Marilyn cualquiera en el apartamento de arriba de un tal Billy, y demuestra que puede ser actriz.

Y es cuando la morena soñada descubre que fue una Gilda cualquiera (que no Rita), repleta de esa misma ambición, pero en moreno, condimentada con una densa mezcla de agobiante y cotidiana realidad; podrida realidad donde los sueños tornan gradualmente a pesadilla, descendiendo poco a poco a los infiernos, aunque las apariencias hagan sentir que cada paso te eleva a un firmamento repleto de estrellas.

Y encuentran la llave que abre las puertas de la geometría, la realidad reducida a un pequeño cubo, y los sueños ampliados una vez más sobre el escenario, diluidos en un susurro de silencio, delirios musicales de "ángel" (Badalamenti) y un obsceno solo de la dama Rebekah como detonante.

Se abren las puertas del infierno onírico, personajes y público se zambullen en otra dimensión desatando un descenso vertiginoso y en espiral hacia el indescriptible clímax final. Rompiendo con todo lo predecible porque mueren tiempo, identidades, ilusiones y percepciones lineales, logrando que todos los elementos de la sinfonía rimen, abriéndose ventanas de sentido para demostrar que toda la embriaguez que producen los sueños, las historias de amor y las ilusiones de Hollywood son tan solo producto de una fantasía pasajera; la mentira se hace evidente y la salida se convierte en entrada: Una habitación oscura donde dormir la resaca de una mala noche, de una mala película, de una mala vida porque todos esos sueños, todas esas historias de amor y todas esas ilusiones acaban durmiendo en la misma cama en la que el diablo ofrece sus desvelos.

Y el Infierno nunca fue tan tentador. Empiezas en Mulholland Drive, sigues recto hacia Hollywood y terminas en esa misma cama, ahogada en ambición, ginebra y decepción.

Al fin y al cabo, nada es lo que parece en esta historia, nadie es quien parece ser en esta locura estructurada por una mente que crea así una aproximación en clave alucinatoria a una fábrica de sueños que, en realidad, envasa pesadillas al vacío.

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