13.7.08

DESDE COLOMBIA. César Augusto Quintavalle.

LA NIÑA QUE DIBUJABA A PICASSO


–¿No es acaso aquella la niña que pintaba a Picasso? –Le dijo Mariángeles a su amiga Carmen y se acercaron a oír los comentarios que hacía sobre la obra del pintor Malagueño.

Se referían a Laura Zambrano, una niña que ya habían visto, dibujando a grandes trazos, frente a la escultura Hombre y cordero.

Era el final de la primavera de 20O8 y el Museo Reina Sofía, en asocio con la El Museo Nacional Picasso de París, había programado entre el 6 de febrero y el 5 de mayo de ese año, la mayor exposición que se viera en España, sobre el artista, por antonomasia, del siglo XX.

La muestra, con más de 400 obras, ocupaba distintos niveles del museo ubicado frente a la emblemática estación de Atocha, muy cercana a los museos del Prado, Thyssen y al recién inaugurado Caixa Forum, territorio de actividad cultural conocido popularmente en Madrid como la “Milla de oro del arte”.


Carmen y Mariángeles se sorprendieron aún más con el gesto de la niña menuda, de escasos cinco años, coronada por un gorro árabe de vivos colores. La pequeña miraba atentamente el cuadro Gato atrapando un pájaro y lo resolvía sin timidez alguna en su libreta. Pero el asombro fue mayor cuando escucharon la explicación que daba a sus padres.

–Mira, Mami, esta es Dora Maar, la cuarta de las cinco esposas de Picasso– afirmaba frente al cuadro de una de las más reconocidas mujeres del minotauro pictórico.

Sin duda, asombra que una niña a los cinco años tenga ya un repertorio de imágenes tan asociadas a significaciones tan complejas; pero quienes tenemos la fortuna de haber compartido tiempos y espacios con Laura Zambrano, conocemos desde hace años su capacidad para sorprendernos.

Mucho antes de que Laurita cumpliera los dos años acompañamos a la familia Zambrano a visitar una exposición en el Planetario Distrital de Bogotá sobre la arquitectura del barcelonés Antoni Gaudí y Cornet. Los Zambrano entraron primero y muy pronto regresaron.


Al preguntarle a Laura Zambrano qué había sucedido, respondió con su todavía impreciso lenguaje:

–Fotos Guadí fueron calle.

Y alguna noche, por esa misma época, sorprendió a su papá que escuchaba a Edith Piaf, en el equipo de sonido de su automóvil, con la aseveración:
–Papi, esa señora canta Francés.

Porque Laura Zambrano nació con una interesante predisposición hacia el arte y su apreciación.
Alguna vez en Medellín, cuando sus padres visitaban a los abuelos, le preguntaron que quería hacer ese día y respondió inmutarse:
–Ir a museo.

Fue entonces cuando conoció la monumentalidad de Botero en la propia plaza del parque de Berrío.

Muy bebé aún, cuando los primos se entretenían en la finca La Maní, en Titiribí, al suroeste de Antioquia, indagándole por el nombre de las cosas; uno de ellos, señalándole un retorcido gancho de ropa, le preguntó:
¿Y eso que es Laura?
Ella, sin titubeo alguno le respondió:

–Una escultura.


Y alguna noche mientras miraban libros de pintura, -que forman parte de su colección personal de juguetes y entretenimientos, junto al Rey León y al juego de crayolas-, le dijo a su madre viendo las obras de Pollock.
–Cierto, Mami, que Pollock, es Wackala. -Expresión que en Colombia es equivalente a desagradable.

Al principio, anotábamos las ocurrencias, e incluso le sugerimos a su mamá que hiciera una bitácora con ellas, pero con el tiempo se hicieron tantas y tan cotidianas que la mirada de asombro de Laura Zambrano se fue incorporando a la vida como los árboles se incorporan al paisaje.

Por eso he querido hoy rescatar, como una forma de prolongar el asombro, la anécdota, quizas tirival, de la niña que dibujaba a Picasso y sorprendía a dos de las visitantes del Museo Reina Sofía. Despues de todo, Carmen y Mariángeles eran sólo dos de las 410. 656 personas que finalmente visitaron la exposición, y Laura Zambrano, sólo una niña de las muchas afortunadas que nutrieron sus registros internos con la obra expuesta en los cuatro salones del amplísimo museo.
César Augusto Quintavalle

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