HOMENJE A Jorge García Usta.
Por JUAN CARLOS DÍAZ M.
Cartagena El escritor colombiano Jorge García Usta, poeta y periodista, murió a las 6 de ayer, como consecuencia de una afección cerebral que lo mantuvo en estado de coma durante varios días en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Bocagrande.
Nacido en Ciénaga de Oro (Córdoba), en el año 1960, García Usta era uno de los activistas culturales más prolíficos del Caribe colombiano; desde que se conoció su crítico estado de salud desde el pasado martes, la comunidad cultural de Cartagena y el Caribe no dejó en ningún momento de manifestar su solidaridad para con sus familiares y amigos.
Nieto de un artesano de Damasco, Jorge Usta, que arribó al Valle del Sinú a principios del siglo XX y se casó con Esquilla Farrut, llegada más tarde, GarcíaUsta deja dos hijos, Alejandro y Esteban, de su unión con Rocío García.
El escritor sufrió el ataque cerebral en momentos en que se encontraba dirigiendo una reunión para determinar el plan de acción de las festividades novembrinas, en la sede de la Cámara de Comercio de Cartagena, donde se encontraban ubicadas las oficinas del Observatorio del Caribe, del que García era su asesor cultural. En plena reunión García dijo sentirse mal y de unmomento a otro sufrió un desmayo lo que obligó su traslado hacia el Hospital de Bocagrande, donde fue atendido de manera inmediata.
Según un parte médico firmado por el director del hospital, Antonio M. Martínez, y el jefe de la UCI, Carmelo Dueñas Castell, el escritor ingresó con emergencia hipertensiva, deterioro neurológico e insuficiencia respiratoria. Los cinco días en que el escritor estuvo batallandoentre la vida y la muerte, fueron también instantes que permitieron conocer el alto grado de afecto que irradiaba García Usta entre sus amigos y entre la comunidad cultural de Cartagena y del Caribe.
LUTO Y DOLOR
Decenas de amigos, periodistas, estudiantes, poetas,novelistas, investigadores, cineastas y personas que sólo lo conocieron por sus escritos, desfilaron por los pasillos y las salas del centro hospitalario para manifestar su voz de apoyo a los familiares más cercanos. Los mensajes de afecto y solidaridad llegaron por todas las vías: telefónicas, escritas, por internet, de amigos y colegas que aún no han alcanzaban a digerir de pleno la situación.
La cabeza visible de la Fundación para el Nuevo Periodismo Latinoamericano, Jaime Abello Banfi, fue una de las personas que en esos días no salió del hospital, a la espera de cualquier signo, de cualquiera señal de recuperación de García Usta. Su compañero de trabajo en el Observatorio del Caribe, el ex director Alberto Abello Vives, también se mantuvo al tanto durante los cinco días sobre el estado de salud de su amigo.
Desde Bogotá, el periodista Alberto Salcedo Ramos, con quien García Usta escribió a cuatro manos su primer libro: ‘Diez Juglares en su Patio’, expresó llorando la conmoción que le causó la noticia de la repentina enfermedad del que consideraba su “hermano mayor”.“Él me enseñó tantas cosas buenas del oficio de escribir, que puedo decir que fue mi primer gran maestro a pesar de que no nos llevábamos muchos años de diferencia. Esto no lo puedo creer”, dijo vía telefónica Salcedo Ramos.
El filósofo y también compilador de la historia juglaresca de los poetas folclóricos del Caribe, Numas Armando Gil, señaló que Colombia había perdido una delas mentes más lúcidas que tenía en su haber. “Todo el hacedor cultural que llegaba a Cartagena, necesariamente tenía que preguntar por Jorge, porque él era el hombre que movía los hilos de la cultura de Cartagena, y lo hacía de manera silenciosa, sin mucha bulla y bastante trabajo”, expresó.
“Jorge fue irremplazable, fue uno de los auténticos héroes que conocí. Un gran poeta, un extraordinario investigador, un luchador incansable de las causas justas, un periodista laureado, una máquina de trabajo, un hombre intachable y recto. Un esposo y padre como pocos”, señaló la escritora Eva Durán en un correo electrónico.
Ayer, la sala de velación de la funeraria Lorduy parecía un encuentro de escritores, periodistas y poetas. Todos querían darle el último adiós a la persona que en estos años más trabajó para el beneficio de las letras y el arte en la Costa.
Para su amigo y pariente, el periodista Álvaro Anaya Díaz, si había alguien que se podía decir que era irremplazable, era Jorge García Usta. “En realidad se necesitan más de seis personas para hacer todo lo que hacía Jorge, un ser extraordinario, que le ponía amor y mística a todo lo que se proponía. También hay que recordarlo como un gran forjador de talentos que ahí deja para el futuro”, señaló.
Salomón Borge explica el orgullo (1970)
Por una tierra tocada por el único oro solitario,
por la posesión de la palabra que humilla al vino
y lava las mujeres,
por una piel lamida por el sol más íntimo,
por la vecindad con la lluviosa sequía de la gloria,
por los ejércitos que hicieron posible el sexo
de las bibliotecas, por los eternos retornos sin una
sola huida,
por el heroísmo que nace en el labio de las ánforas,
no necesito, entonces, explicar la altura de mi voz,
la permanencia del sol en mis ojos.
Del libro El reino errante, poemas de la migración y el mundo árabe.
Su trayectoria
Jorge García hizo estudios de Filosofía y Letras en laUniversidad de Santo Tomas de Aquino, y desde sujuventud se desempeña en diversos cargos culturales enCartagena de Indias, donde fue asesor cultural de laUniversidad de Cartagena, periodista de El Universal,de El Periódico de Cartagena, asesor cultural delObservatorio del Caribe, jefe de prensa durante 17años del Festival de Cine, poeta, ensayista y críticoha publicado numerosas obras de diversos géneros entrelos que se destacan los libros de poesía Noticiasdesde otra orilla (1985), El reino errante (poemas dela migración y el mundo árabes) (1991), Libro de lascrónicas (1989), Monteadentro, 1992 y 1997, y La tribuinterior, 1995. Es autor de Cómo aprendió a escribirGarcía Márquez, (1995), una completa revisión delperíodo formativo de García Márquez en Cartagenadurante el período 1948-1951, y del estudiointroductorio de la selección de la obra periodísticade Héctor Rojas Herazo, publicada en dos tomos por laUniversidad Eafit de Medellín (Vigilia de las lámparasy La magnitud de la ofrenda, 2003). Ha publicadoartículos sobre las obras poéticas de Pablo Neruda,César Vallejo y Aurelio Arturo, entre otros autores.Ganó una beca de investigación del Ministerio deCultura con el trabajo Árabes en la literaturacolombiana, en el que analiza las obras de GarcíaMárquez, Rojas Herazo, Álvaro Mutis y Sánchez Juliao.Algunas de las distinciones que ha recibido son elPremio Concurso Internacional de Poesía, CompañíaSuramericana, Bogotá, 1984 y el Premio Nacional dePoesía, León de Greiff, 1984, y el premio deperiodismo del Círculo de Periodistas de Bogotá. Jorge García, en sus propias frases “Sé que cuando llegó ‘Cien años de soledad’ al puebloyo tenía de 8 a 9 años, y mi madre (Nevija Usta), enel ajetreo de los oficios, sólo podía leer el libro almediodía. Un día en que abandonó el libro, yo lepregunté qué pasaba, y ella me respondió: Mijo, con elcalor que hace en este pueblo y el calor que bota estelibro, me puedo enfermar. Por hoy no”. “Mi padre murió en Puebla, México, mientras trataba dehacerse pediatra, cuando yo tenía menos de 2 años.Casi nadie me cree que tengo dos imágenes de él, yambas de perfil (y esto no es propaganda vallejiana).Heredé de él varios libros, entre ellos uno deMoravia, que me dio las primeras nociones de lotransgresor. Hace poco supe que había sido unviolinista precoz notable, y he confirmado esainformación en la prensa de la época, pues pensé quese podía tratar de una exageración familiar”. “Por la familia paterna, hay una sólida vocación porla música, las matemáticas y la pedagogía. Por lamaterna, una palabra oral espléndida, un sentido decontar cosas, un sentido de pertenencia tribal queestá en las bases más primitivas y sólidas de nuestracultura. Aunque creo que he perdido algo de todo esto.Debo tener mil primos y no sé cómo saludarlos atodos”. “Creo que la inmortalidad, es decir la posibilidadconmovedora de inventar una memoria que vaya más alláde los huesos del pobre juglar, se consigue mediantemuchas formas, todas ilusorias y parciales: unapasión, una conversación, una experiencia, un amor,una amistad, un reportaje, un relato, un poema. Hayque creer en eso. Además, los que son inmortales sonlos instantes, no la existencia, que como totalidadsuele ser monótona y con frecuentes espacios demuerte”.
Declaración de amor de Clemente Spath
No sé cómo vine
a estas tierras tan anchas
Las voces son más solas,
los cielos más ansiosos.
El verde no limita: se derrama y duele.
el río responde, a lo lejos,
por todo destino
pero la selva ya no se sabe esperanza.
Someya Báladi,
me gustan sus manos con costumbres,
su parentesco con la lluvia,
su oficio de sombra.
La veo salir y entrar a la luz
como puñal de leyenda.
Puedo prometerle, apenas,
una casa con lámparas,
cinco hijos correctos,
almacén y hombrías.
Usted, Someya Báladi,
Es mi tercera patria.
FRAGMENTOS PARA AGRADECER LA VOZ DE HÉCTOR LAVOE
(A Circe Cruz y Adán Pérez)
Mirar por una ventana en Ponce
la indefensa nada del aire
esperando la llegada de la música
y sus concéntricos tumores de pureza
mirar la luz que roza las casas de Ponce
y mete el último sol taíno
en la propia voz de El Jefe
que es evangelio y sobremesa en los atracaderos
cuando por la calle suenas tarros de desperdicio
que son maracas fundadoras,
tu abuelo enseña por igual décimas y trompadas
y Ramito y Chuito, el de Bayamón,
te mandan gratuitas las maromas del solfeo
mirar las formas del silbido
las formas de la mueca
las formas del hambre
que abundan en los barrios de trapo y latón
donde empacan a los cantantes
para que pongan a rodar sus malacrianzas por el mundo
Porque un cantante es una malacrianza,
una flecha contra el coro,
un sol disponible,
el índice de un payaso en medio del salón de oro
y lo más solo de todo lo solo
y lo más puro y sucio de cada tribu
haciendo fila al anochecer
para entrar a tu voz
Que viva el coro de la pernicia
que sabe hablarle a la última boca roja del bar
Porque al final del día, Héctor, iremos a mendigar albar
una nada de tu nada,
para llegar a mañana y respirar en la esquina que quede
Adónde irás Héctor, ahora que todos
aprendimos a cantarte
y ya no puedes dejar de andar
por diciembre como un espectro conyugal
una brisa dolorosaun monstruo marino con la trompa enyesada
la gloria no son los bullicios de MTV
ni el satín del videoclip en el suburbio de montaje
ni las fanfarrias de primer plano
en las danzas del vientre de producción en serie
la gloria es esa
cuando un hombre con dos paquetes de farmacia
en las manos entra a un bus y oye tu voz
y se queda seco y solo
y no necesita mirar a nadie ni nada
pordiosero sumergido en su único y perpetuo triunfo
de cuatro minutos novio súbito del alumbrado público
y la respiración de las almohadas
y quiere que el bus no llegue nunca
mientras tu voz morada y matutina
distribuye el precipicio
fija los pasos de la fe Yagé, ubre, ópalo,
Por tu voz los niños manchan con sus babas rojas
las escalinatas del templo,
los bebedores renuncian a ser bravos unánimes
y dejan caer las pestañas como quinceañeras,
y los ventetú del sur del Bronx estrenan resplandor
en las pupilas
Al anochecer, cuando caes,
al amanecer, cuando caes,
porque siempre estuviste cayendo
en toda tu caída, por las fugas de tu suegra y de tu
hijo,
de emperador de pleamar con magnos dientes de nácar
obispal
a endriago tumefacto de costillas de tísico
mordido por el abandono y la caries
en la pocilga final
¡el último gnomo primordial con chaleco de pana
y babero de lentejuelas
y con su maravilloso corbatín de payaso
enseñándonos el camino con su lelolay
contra los vociferantes!
Héctor, disfrazado de todo lo que había que
disfrazarse
Nieto del Palladium y de la matica de mafafa
buscando el nirvana de las islas
disfrazado de mesero en el escenario,
disfrazado de maleante en una canción con letra de
pastor, disfrazado de leproso lamedor en la alcoba de la
trigésima rubia
y Héctor,
drogo ululante
con la mano tendida
niño bueno decapitado por la noche de la multitud,
capaz de morir
por la mirada de la última watusi de alisado pelo de
matorraly ojos de guajira
y Héctor otra vez niño bueno
haciendo el arcoiris del continente
con los crayones de su caída,
Por tu voz, el noble amante se vuelve nazareno
en el centro del orgasmo,
la lágrima puesta en la almohada es un aviso
clasificado
y el hijo del hombre comienza siempre cantando en las
cantinas
Héctor Juan Pérez,
hijo de Pachita la que cantaba en los entierros,
y de Luis el que amansaba las guitarras,
nacido en La Cantera, donde Ponce era tropel y
guijarro,
aprendiendo a no fracasar viendo fracasar
en el Club Tropicoro de Nueva York,
y ahora y para siempre Héctor Lavoe,
el hermano de Priscilla,
el que tuvo aquellos ocasionales ojos de puto
victoriano, encontrando en su voz un cristal desconocido,
y dispuesto a vivir de ese cristal tan frágil
de su esternón tornasolado de canciller de los
malandros,
y de cada corrosivo negocio del alma
cantado con sílabas perfectas
Hétor, más lejos que nunca
de aquel décimo piso del hotel de El Condado,
quién negará que tú, vestido de monaguillo,
de cielorraso o tío rico,
dijiste nunca más a los
impostores,
a los profesionales del escándalo
y tongoleles semestrales que solo querían tener
porcelanas en la sala,
y tú negaste a los generales,
y dictaste el manual de bacán
-el que sabe saborear de una y hasta el fondo
el himno de la bicicleta y las nenas del aire-
que insiste en su aguinaldo y su seis chorreao
frente a las vitrinas de la Quinta Avenida
Héctor Lavoe,
no te salgas de ningún diciembre,
no dejes de aplaudir los cuerpos que santifican la
madrugada,
deja que la mugre proteja a su mendigo,
deja que el mar saque por fin sus trombones
sordomudos,
deja que Willie Colón se encarnice con los
pavorreales,
y no permitas nunca que los ojos y las tetas
de las mujeres puedan ser promesas del
gobierno.
TRÓPICOS PARA MAHMUD DARWISH
Ante la carne niña de sus muertos
voceros ilusorios
recuerdan que el mundo
ha olvidado a sus padres bautismales.
En mi sueño y fuera de él
la furia mana y aloja
viejas sentencias de arena.
He aquí a nuestras madres
esperando las comuniones del verano
y el reinicio de los altares.
En todo patio blanco
estará nuestro grito.
En cada hombre frontal,
habrá un manantial clandestino.
Me basta un niño
y documentaré la esperanza.
EN UN MURO DE SHATILA
Hay tanto por clamar que ni el desierto alcanza.
Cielos ofrecidos y a mitad del viento:
lo que aún canta es la primera fábula.
Hemos poblado tantas palabras.
Estuvimos en el retorno a la piedra.
Conocemos el fondo.
Que se nos pague el azul gastado,
la vara de vivir, la risa emboscada,
y el zaguán donde ardieron mujeres
que aún lavan las camisas de los ausentes.
Pues el designio estará en muros
y en muchachos que pedirán otra vez
la gloria de una historia antigua
un asunto de luz y emisarios rigurosos
y pájaros abaleadosen
un patio donde la sangre recuerda
qué sol se humilla en nosotros.
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