2.1.08

DESDE COSTA RICA. Claudia Botero



Cuento Imaginario de Peluche


Mi gato de peluche conoció el otro día a un gigante con alma de osito beige y la punta de la nariz rosa. Mi gato se hizo muy amigo del osito intercambiando con él palabras montadas sobre peces rojos y coloridos. El gigante, con alma de osito beige, amaba los peces que salen de los ombligos de las mujeres embarazadas y de la luz que escapa a la penumbra cuando ellas tejen nudos ciegos. Y sobre ellos decía cosas amables, risueñas, señalando con su dedo de gigante afelpado las escamas. Cosas muy inspiradoras para mi gato, que pensaba, como siempre piensan ellos, felinos, en llenar la panza y retozar sobre almohadas blandas y mullidas. Mi gato daba un nuevo pez al gigante con alma de osito beige, sacándolo del armario donde encerraba a las mujeres y sus ombligos. Ellas esperaban con tiernas ansias el regreso de mi gato trayendo el pez colorado montado de una buena nueva palabra. Así se pasaron muchísimos días buenos, días llenos de palabras cortas y vaporosas que iban y venían, palabras alargadas de las puntas, con tildes traviesas y Os bien redondas. También, palabras ambiguas para montar peces rojos, como “aguado” para expresar cosas de alegría sensual, o de tristeza mojada al mismo tiempo.

Pero las palabras no montan peces; es más, nadie ha visto jamás que un pez, por mas dulce y tierno que sea, se deje mansamente cabalgar por un adjetivo como si fuese un caballito de mar y tampoco por una tilde, porque un pez por mas rojo que sea, es simplote y solo tiene tres letras, ni una coma de más siquiera. Por supuesto, las Os redondas bien alimentadas y perfectas, no existen en el mundo de la palabra pez.

De esta manera, mi gato y el gigante, que ni siquiera eran gato y gigante, porque los gigantes son de cuento y se sabe que no tienen la punta de la nariz rosa y peluda, así tengan el alma de osito de felpa beige, tampoco tenían alma. Por otra parte, no se sabe de algún gato que hable, como tampoco que siendo de peluche tenga amigos, porque los gatos aunque de doméstico servicio son salvajes y preferiblemente solitarios. Tampoco se conocen personas que soporten vivas durante mucho tiempo, encerradas en un cajón del armario, sin importar si son o no mujeres de preciosos ombligos, por mas que dentro del armario estén también los zapatos que son de baile en juego con los vestidos de fiesta. Entonces, estos dos que ni siquiera eran, se sentaron el día que supieron que no estaban, ni que habían estado nunca, a llorar por su desgraciada desaparición y, al despedirse sin mirar atrás, no vieron que en el charquito de lagrimas a sus pies, los peces rojos que nunca habían existido seguían nadando sin estar, montados por palabras dulces y soñadoras que los hacían relucir como peces buenos y nuevos, peces amigos de gigantes con alma de ositos y de gatos de peluche.

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