12.12.07

MUSAS EBRIAS. Apuntes para una antología poética



MUSAS EBRIAS

Jorge Schultz Navarro

Frente al intento ninguneador de las posibilidades estéticas de la periferia, de sus creadores, el poeta colombiano Jorge Schultz, promotor y coordinador de la TERMITA CARIBE, ha iniciado una cruzada para poner en valor la poesía quindiana. En este sentido ha traido a estas páginas de sílice la voz de dos de las más jóvenes figuras de la poesía de esa tierra cafetera.

Apuntes, sin duda, para una antología de la poesía contemporánea del Quindío.





J. J. Guzmán Abella

Armenia, Colombia, en 1967.

VIRGINIA WOOLF

El sol duplica su luz
en la planicie líquida.
Sus pisadas aventuran
un camino imperceptible.
Sus ojos buscan el punto
donde cielo y tierra se confunden.
El punto donde cielo y tierra
se disuelven bajo los párpados.

Detengámonos por un instante;
contemplemos lo que hemos hecho.
Dejemos que arda ante los tejados.
Una vida.
Ahí va.
Pasó.
Se fue
.

Virginia, Virginia,
atiende a los rumores del mar.
El viento que te lleva de la manote conduce a la casa del silencio.



MELODÍA COBAIN

“Había días en que los hombres
le parecían juguetes
de grotescos delirios.”
-A. Rimbaud





I
De niño soñaba
el tiempo de los sueños realizados
ante una muchedumbre histérica.
Acordes afilados y punzantes
para unir los retazos de su memoria.

II
No obstante, la inocencia es un paisaje difuso
pintado sobre la bruma del amanecer,
una alucinación, un espejismo que se evapora
cuando el sol se levanta.

III
Hizo entonces del silencio de su boca
una forma de crecer sin sobresaltos
y aturdió sus oídos con melodías frenéticas
para no morir de tedio de espaldas al mundo.

IV
Aguardó el tiempo de escupir canciones
con la rabia acumulada en años de hastío
y vio a una muchedumbre histérica,
ávida de acordes punzantes
y palabras como navajas, faro de fugitivos
para pintar de rojo su rastro en la multitud,
aunque ya todo estaba
lejos del jardín de su infancia.

V
La multitud se tornó jauría hambrienta
ansiosa por beber su sangre sin saber
que ya no le quedaba una gota en las venas
tras incontables noches de insomnio
en busca del breve placer,
el único placer que le era dado sentir.

VI
No basta la rabia del animal herido para cruzar la intemperie de ceniza y lodo.
Miro hacia atrás
y vio irse en la maleta de su padre
las perdices del final del cuento.



Omar García Ramírez

(Armenia, 1960)


ESTADOS ALTERADOS


“Vivía solo en el aposento guarnecido de una serie de espejos mágicos.
Ensayaba antes de la entrevista con algún enemigo, una sonrisa falsa.”
El talismán
(Las formas del fuego)
José Antonio Ramos Sucre



I

(La Ventana)

El sol suspendido de un hilo de cobre
orfebrería de luz.
La ventana sesgada por un gris de mugre canicular
enmarca la silla que se mueve en el compás de
un mayo
que pareciera abrir la rosa negra de la tierra.

Si se comienza el lunes con un aditivo
vegetal en la neurona
que agita su filamento eléctrico hasta el hueso
se puede aguzar el oído
afinar la piel de la espera.

La cofradía de la mañana sale toda a la búsqueda de sustento material
dentro del velo Maya se agita la comparsa.
Un grito en la calle de la locura
el hombre que vende un perro, el lotero que rifa un paraíso de números y dígitos
el viandero que sacia el hambre con dos tubérculos grises, charcutería de asno viejo y salsa de tomate.
El sol pende en lo alto, ángel de dorada diadema,
no le altera a su girar, ni a su silencio
la algarabía de los ruleteros
ni la risa de la muchacha pálida
que acaricia con alegría al rudo camionero.
Los estados alterados están allí…
Mira la otra acera. Mira el barullo
el caer de la señora digna en su traje negro
el policía más tranquilo que inquieto, aprueba la jugada maestra de los maleantes de la tarde, sus quehaceres, sus entuertos.
Esta locura, que el sol contempla sin tambalearse.
sin moverse, con la rosa amarga del fuego apretada en la boca.
Suspendido sobre la ventana,
fijo el hombre a su silla.
barba rala, mirada seca.
Quinto piso sobre el boulevard del verano, mientras abajo
por la calle principal
asciende
la Carreta del Heno.



II

(La Barra)


Vino la mujer a ver la obra del pintor, se encontró que no hacia juego con los muebles de su sala.
Demasiado oscura
un poco rara y esa mujer que grita
y ese color negro al fondo, de donde brota una criatura alada, nigromante enano.
cerveza helada que rueda en abundancia.
La cadera de una poetisa rolliza se cimbrea mientras departe con un amargo sibarita
que con sus ojos rojos, puestos al fondo de la música, fuma y fuma, sin tiempo, sin medida, del cigarrillo.
Los maleantes de la bohemia
gastan sus denario rotos
el gato del diablo se pasea por las calles
haciéndose perseguir de los perros bajo la luna cómplice.
Las damas que han salido de una reciente alquimia de afeites y polvos vienen a reunirse a la barra
sacan ventaja oportuna de la necesidad de sexo.
Algún desesperado suicida
aplazará su ultima hora, por el orgasmo jadeante del animal urbano.
Brilla la música de los maestros, y, los escritores de poco oficio harán gala de sus dotes frente a jóvenes novicias,
magos ilustrados que intentan sacar la piedra de la locura
esgrimiendo algunos textos, ciertos jeroglíficos llameantes…

¿Pero que hacer?
Es este, el único teatro,
en donde no se exigen papeles de memoria
sólo: sangre, sudor, sexo y alcohol
y alcohol...
y alcohol...
¡Hasta los limites de la amnesia, en el extraño lago del silencio!



III

(Alcoba de Hotel)

La dama posa su abrigo sobre la mesa de noche.
No era tan joven como pensó al principio.
El hombre fuma un tabaco de una planta
psíco-activa cerca de la lámpara de luz amarilla.
Bebe una botella de anís seco.
En su pupila se refleja un espejo ordinario
que le devuelve una figura distorsionada y liquida en el bordado rojo de la alfombra.
Ella muestra ahora su piel blanca, triste
y su pecho por donde rodaron los sueños de la pasión.
La luna adosada al dintel, arde; papel de plata, donde se quema la heroína.
Mira sin mirar, dejando que la gasa de la nube negra
le limpie las pestañas.
La flor que debe perecer cada noche, para que el extranjero pueda regresar más desnudo a su verdad incierta.
La flor que debe estallar con su vestido de neón
lluvia helada, bajo el alero de un hostal.
El alcohol hierve sobre la piel, adentro la sangre quema...

Y ya, entrelazados,
en el rictus de un agonizar en rojo y amarillo
la pareja se estremece
confundiendo los fluidos de la soledad.
En la radio, un hombre del jazz
suelta una melodía que sirve de frazada a la madrugada.
La mancillada cuidad trata de dormir
dentro de los pasadizos de la noche en llamas.
Ocasionales amantes
flotan sobre la profundidad de un rió que huye hacia la nada.

Se mirarán en el espejo...
No
recordarán sus caras.

Del libro inédito
“LOS PARAJES PELIGROSOS”


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