1.7.07

NOEL ESTRADA ROLDÁN, EL SONETISTA

José Jaramillo Mejía * Escritor * josejara@une.net.co

En Circasia, Quindío, donde se había refugiado desde hacía varios años, murió la semana pasada el poeta aguadero Noel Estrada Roldán, tal vez el último clásico, en el sentido de la poética rica en metáforas, culta en la concepción de las ideas y ajustada a las normas impuestas por los maestros del Siglo de Oro de la literatura española y por los inmortales poetas franceses e hispanoamericanos como Verlaine, Boudelaire, Darío, Neruda y similares.
De imponente figura física y dueño de una indeclinable rebeldía, los tropezones de la vida laboral y la penuria económica rindieron por fin a Estrada Roldán. Este ocaso lamentable sólo tuvo el lenitivo del cuidado y la abnegación de Martha, su compañera, que como la bíblica mujer valiente capoteó dificultades y sostuvo con decoro la vida y la imagen literaria del poeta.
En sus épocas de esplendor, Noel Estrada frecuentó los selectos escenarios intelectuales de Bogotá, viajó por Europa y cantó a España en sonetos perfectamente confeccionados, que recogió en varios libros que apenas unos pocos amigos y admiradores suyos conservan, aunque casi nadie haya acudido a su humilde morada circasiana a poner algún piadoso bálsamo a su atormentada existencia.
En su último libro, Romanzas de Mocedad, que algún mecenas quindiano publicó para ayudar en algo a las penurias del poeta y su pareja, recogió versos de su juventud, cuando su voz poética era alta, orgullosa y apasionada. Veamos:
“Ansia inútil: Un poema de amor siempre frustrado/ lleva a mi sangre mástiles de fuego,/ y un velamen ardiente y desolado/ agita la pasión en que me anego./ Huraño y vengativo, siempre el hado/ acecha la ternura de mi ruego,/ y el verso a cada instante malogrado/ acrecienta el dolor con que me ciego./ Perdido en insondable laberinto,/ frenético y voraz clama mi instinto/ la forma de calmar mi saciedad./ Y ella, la inexplicable, absorta y muda/ levanta la coraza con que escuda/ la llama de su núbil castidad.”
Y este otro soneto, Vieja Canción, fechado en Manizales en 1951: “Esta vieja canción que rememora/ el eco fiel de un verso no aprendido/ conjuga el desamor con el olvido/ de lo que antaño fue y ya no es ahora./ Y así vibra en los labios, triunfadora/ del tiempo que es silencio detenido/ a la vera del hombre conmovido/ por el curso del alma promisora./ Vieja canción de ausente melodía/ que en época anterior me repetía/ ansias de amor en versos no aprendidos./ Dulce canción, tan diáfana y ligera,/ que en ella se inició la Primavera/ del corazón y todos sus latidos.”
Martha, heredera apenas de la altivez del poeta, se preparó para que su muerte pasara desapercibida, como había sido su vida en los últimos años, ajena a ritos religiosos y a reconocimientos póstumos. Apenas una lacónica llamada al amanecer anunció a unos muy pocos amigos: El poeta -como ella lo llamaba- acaba de morir.

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