1.7.07

Jaime Lopera
RESPUESTA AL REPORTAJE PARA EL CONSEJO REGIONAL DE ESCRITORES EN CALARCÁ


Proemio. No quiero ser desapacible, ni aguafiestas. Pero como todo cofrade, soy en muchas cosas un escéptico. Ojala no me crean nada de lo que voy a leer. Sigan su camino con el proyecto de Ley y gracias por pensar que en el Quindío puede establecerse alguna plataforma de lanzamiento.

Los escritores invitados y del Quindío pueden participar de manera abierta y deliberativa en el Consejo Regional de Escritores, los días jueves y viernes, 21 y 22 de junio, de 10 a 12 m, con base en las siguientes inquietudes:

¿Es viable y pertinente para usted convertir el oficio del escritor en una profesión?

--Por muchos establecimientos de carácter formal que se inauguren para otorgar un título profesional como escritor, pienso que éste sigue siendo un oficio del Renacimiento: autónomo, más bien solitario, sin ataduras formales --excepto la necesaria fidelidad con las leyes de la ortografía y la sintaxis. El de escritor es un oficio individualista y de poco equipo. Por ejemplo, un escritor tuvo la idea de construir una narración colectiva, con la ayuda de muchos de autores que le colaboraron en ese experimento; las intenciones del francés George Perec y sus amigos por hacer una novela colectiva, cayeron en el olvido. En otras palabras, un cartón en la mano no es una patente suficiente para ser calificado como escritor. Antes bien, a lo mejor sería un sospechoso a los ojos de los sabuesos, como ocurriera en las peores épocas del macartismo en California con Dalton Trumbo y otros guionistas.

¿Qué hacer para que las obras y las publicaciones de los escritores de provincia circulen en la región y en el país?

--Lo que debe hacerse para que las obras literarias de provincia circulen por todas partes, es prepararlas con mucha calidad e imaginación. De lo contrario, solo pasarán las aduanas de los mediocres y nunca trascenderán más allá del río Santo Domingo. Por supuesto que la calidad no se improvisa: ella es una gota de sudor, una sobre otra, que se va deslizando hasta alcanzar una obra más o menos aceptable. La calidad se construye a partir de esa lucha permanente que tienen entre sí los gerundios y las metáforas, o la semiología con la ortografía. Eso de la escritura automática del poeta que se sienta en una cafetería, al lado de un tocadiscos, a escribir versos, eso ya no se da espontáneamente desde los tiempos en los cuales Sartre escribía sus diálogos teatrales en el café de Flore. Algo más para hablar de la calidad de los nuevos: la inteligencia que le sobraba a Roberto Bolaños solo se la reconocieron después de muerto, y ahí nos quedó su obra para siempre, porque precisamente tenía calidad… y talento.

¿Es pertinente crear y reglamentar concursos en las regiones y en los departamentos para generar estímulos a los escritores, lectores y gestores literarios?

--Desde luego que es pertinente y necesario. Los estímulos son eso, motivaciones para proseguir con el esfuerzo de engendrar y producir. Participar en un concurso, en un taller literario, en una columna de un diario o una revista, en una publicación semanal, en un blog, son variedades de expresión literaria que sirven de alicientes para continuar en el empeño de aprender a corregir las torpezas y enfrentarse a la crítica. Que yo sepa, no hay muchos alicientes de ese tipo por aquí. Y si creamos uno de ellos, por ejemplo un concurso de novela, vamos a tener una lamentable cosecha de muchos concursos desiertos hasta que al fin podamos exhibir unos trabajos que valgan la pena. Vale la pena multiplicar los talleres literarios, para que se aprenda el uso de las herramientas del escritor y a poner el aceite lubricante donde sea necesario. Y a propósito de la crítica literaria, no la hay en el Quindío: dan ganas de llorar cuando uno está impedido de conocer los comentarios del esquivo Carlos Alberto Castrillón, uno de esos críticos y examinadores más calificados que tenemos para mostrar en todo el país, pero quien carece de una tribuna adonde podamos acercarnos a dialogar con él y leerle sus glosas.

¿Considera usted viable que los escritores impulsemos la elaboración y trámite de una Ley Nacional de Literatura que regule la profesión del escritor, el estimulo a los hábitos lectores y la definición de fuentes fijas de financiación para el área?

--Con Jorge Valencia Jaramillo, cuando él era senador y yo el director de la Fundación Pluma, participé en la gestación de la famosa ley del libro hace un par de décadas. Afirmo que una ley reguladora es un sancocho que se prepara con muchos ingredientes: los gobiernos primero le ponen las riendas, los editores y libreros le ponen descuentos, los colegios le ponen comisiones, los cineastas piden subsidios, y los artistas no se transan por menos de una subvención. El sancocho se va cocinando. Encima de todo, a los padres de la patria habrá que darles hoy una contraprestación en forma de votos. Semejante torre de Babel no la monta nadie, excepto cuando los gobiernos autoritarios sacan el látigo. Y si así lo hacen, salen muchas censuras veladas. Por lo demás, para cocinar una ley participativa, ¿se imaginan ustedes lo que sería poner de acuerdo los intereses del gremio de los minicuentistas y los novelistas, con el gremio de los serenateros o los sonetistas? Mejor sugiero que se adopte esa refinada estrategia parlamentaria que consiste en meter cinco o seis micos culturales en proyectos diferentes, y dejar que ellos se vayan acomodando en los árboles hasta que nadie los pueda tumbar. En fin, el esfuerzo de un estatuto nacional es demasiado grande y complejo que comienza por lo más enredado: poner de acuerdo a miles de personas y fijar, colectivamente, los objetivos de la Ley; enseguida abrir las puertas de la participación y, cuando ya todo esté aliñado, rezar para que la Corte no nos ofrezca una nueva decepción. Por fortuna pienso que de leyes culturales estamos hasta la coronilla; solo necesitamos nobles ejecutores que sepan trabajarlas para abrirnos hacia nuevas puertas de integración.

¿Estaría dispuesto usted a participar desde julio a octubre en la elaboración de esa Ley y en la confección de la Agenda que discutirá el Consejo Nacional de Literatura en octubre de 2007?

--Desde luego que si. En tanto que los objetivos de esa ley se pacten con transparencia, entonces se podrá contribuir a ellos; es decir, cuando tengamos una idea comprensible de hacia adonde vamos con esa temática. No es lo mismo legislar con ideas neoliberales que con las contrarias. Por ello, cuando los globalizadores (v.g., las editoriales multinacionales) se metan en este baile, no me imagino lo que puede salir. Y por ultimo, lo más peligroso que viene para los escritores: las leyes crean burocracia, las burocracias crean reglas, las reglas se convierten en permisos, y los permisos en credenciales con las cuales uno sale a la calle mostrando la tarjeta de “escritor de metaficción” o de “poeta clásico”, documentos estos que no sirven ni para entrar gratis a una película rosa de Nicole Kidman.

¿Cómo revertir, mediante qué estrategias, el bajo nivel de lectura de jóvenes en el país?

--En el caso de esta región, el objetivo para aumentar el nivel de lectura de nuestros habitantes consistiría en hacer un Plan Departamental de Bibliotecas orientado a construir una muy buena en cada municipio, abierta día y noche. Se trata de crear más y más espacios para llevarles la lectura a los jóvenes y promover incentivos en este campo, antes que hacer otras obras de cemento que tengan baja demanda --por muy importante que ellas parezcan para los turistas estacionales que vienen por aquí. Este Plan requiere una voluntad política seria y de largo plazo, cuyos resultados se verán en muy poco tiempo. Un ejemplo, el de México, es muy valioso: en los años cincuenta allá fundaron una entidad gubernamental, el Fondo de Cultura Económica, que es a la vez editora, impresora, y distribuidora con una trascendencia continental que todavía muestra sus méritos. Todos los latinoamericanos pudieron acercarse a la filosofía de Heidegger gracias a la traducción de José Gaos, o la de Eugenio Imaz para la obra de Dilthey. Ni hablar de las colecciones poéticas o de novelas que el FCE publicaba. Por eso me pregunto, con respecto al Quindío, si hoy existen pianos para tocar esta bella melodía.

Jaime Lopera Gutiérrez

20 de junio de 2007

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